Caray, yo solo me quejaba de la falta de objetividad de los comentarios. Jugaremos...
Me gusta el camping, pero no soy un talibán. Para las grandes ciudades, nada mejor que un hotel, a ser posible, céntrico. Casi cada año, paso algunos días del viaje en hoteles. Desconectamos del campismo y de la conducción, un par de jornadas y añadimos a nuestro habitual menú de visitas turísticas algún espectáculo musical, teatro, concierto, con cena (antes o después, según la costumbre local) y si podemos “colocar” a los niños, una copa o dos en algún sitio de moda, que algo de trasnoche también nos gusta. Ya es casi una tradición meternos en una buena cama, apagar la luz y decirnos: ”el campin es de tiesos!” Todo un gustazo. A los dos días se nos pasa y seguimos la ruta.
Pero estoy completamente de acuerdo contigo cuando dices que todo tiene sus pros y sus contras.
Creo que volveré a la AC. Hasta ahora, cuando tengo que tomar el tranvía en una ciudad desconocida tengo problemas para localizar la parada, saber que linea utilizar, donde subir y donde bajar, con paradas de nombres impronunciables, a qué hora pasa y tener que esperar el mío. Tengo problemas hasta para saber donde y como adquirir los billetes. No siempre tengo la suerte de encontrar asiento y a veces comparto viaje con personas más sudadas que yo y bastante más bebidas. En cambio, tu, vas echando una cabezadita, sin estrés alguno, plácidamente. Desconocía esas ventajas de los autocaravanistas en el transporte público.
En cambio, cuando yo tenía la CV, aprovechaba el regreso al camping para descubrir pequeños rincones poco conocidos, lejos de las clásicas rutas atestadas de turistas, recoger la ropa limpia y planchada de la lavandería, comprar chianti y llevar unas deliciosas tarrinas de helado, que al llegar al camping estaban en su punto justo. ¿Sabes que un helado en San Marcos cuesta 14 euros? Si, 14 euros. Cuatro deliciosas tarrinas en el extraradio, donde las compran los venecianos, sólo 8,40. Con lo que me ahorraba, le regalaba unas rosas a mi mujer que adornaban nuestra mesa en la parcela, perfumaban la caravana y presagiaban una noche de pasión.
Acabo de cambiar de opinión: mejor vuelvo a la caravana.