El origen de las palabras "catástrofe" y "hecatombe".
El vocablo catástrofe define el "suceso que produce gran destrucción o daño", así como "lo que defrauda absolutamente las expectativas que suscitaba"; pero también se refiere al "desenlace de una obra dramática". En esta tercera acepción hay que detenerse, pues es en ella donde encuentra su origen la palabra, concretamente en el mundo del teatro de la antigua Grecia: los helenos denominaban katastrophé, "ruina, trastorno" –término formado a partir de kata, "hacia abajo", y strephéin, "dar la vuelta"–, a la parte última de una obra en que los acontecimientos se tornaban desdichados, lo que suponía un golpe para el espectador. Andando el tiempo, ya entrado el siglo XVIII, la palabra se aplicó, en sentido metafórico, al desastre natural, como el provocado por un terremoto o una inundación, pero más adelante se extendió a cualquier suceso desgraciado de grandes proporciones, ya fuera un accidente aéreo o un incendio.
Un sinónimo muy recurrente de catástrofe es hecatombe, voz cuyo origen etimológico, también griego, tiene su miga. Procede de hekatómbē, vocablo compuesto por hekatón, "cien", y boũs, "buey", que alude al sacrificio de cien bueyes que hacían los helenos en ofrenda a los dioses. Estas celebraciones, llamadas hekatombaia, se realizaban en el mes de hekatombaion del calendario ático, nuestro mes de julio, y buscaban el favor divino contra las plagas o las sequías prolongadas que desembocaban en hambruna. La palabra griega pasó al latín como hecatombe, que el español adoptó hacia el siglo XVI. Se entiende, pues, que de designar esta matanza masiva de animales, cuya puesta en escena debió de ser indecible además de muy sangrienta, pasara a referirse a toda "mortandad grande de personas" o a una "desgracia" o "catástrofe".