Piscina das Marés, Leça da Palmeira, Portugal
En 1961, con tan sólo 28 años, el arquitecto Álvaro Siza recibió el encargo del proyecto de unas piscinas de agua salada junto al mar de parte de la Cámara Municipal de Matosinhos, su pueblo natal. La localidad donde se desarrolló el proyecto necesitaba una zona segura de baño, ya que el Atlántico es un océano de oleaje habitual y fuertes vientos.
Esto acabó materializándose en un complejo que incluye dos piscinas (una para niños y otra para adultos), sus vestuarios y una cafetería, que se asientan con ligeras incisiones en el terreno, demostrando un tremendo respeto tanto por el entorno natural como el urbano. Aunque el programa del encargo era sencillo, desafiaba lo tradicional con su posición en el punto de transición entre el océano y la tierra. Y Siza decidió no luchar contra el oceáno, sino crear un punto de concilio entre los enemigos, un espacio de domesticidad entre la roca y el mar abierto.
Siza se había educado bajo los ideales de la arquitectura moderna, una arquitectura que incluía arquitecturas orgánicas como las de Wright, que tuvieron un papel muy importante en la adecuación al territorio de las piscinas, mostrando un gran respeto por la fisionomía natural del terreno, los materiales vernáculos, y por ello las condiciones de contorno. Las piscinas se diseñaron sin formar parte del mundo del hombre o del acuático, situándose en la cizalladura entre ambos; un no límite.
Una piscina por definición es un elemento artificial, formada por un vaso perfectamente delimitado. La idea de límite en el proyecto se sustituye por la de umbral; la línea de división entre dos partes se cambia por la pertenencia a ambas a la vez que por la diferenciación frente a ellas. Siza no podía establecer bordes frente al océano, por lo que los vasos de las piscinas están construidos en parte con muros de hormigón que se funden con las rocas preexistentes, difuminando así su final.