COTO ESCOLAR
Dentro de las peripecias de aquel “virrey” todopoderoso, los servicios de inteligencia de Capitanía General (los de la Policía los controlaba el gobernador) que por esas extrañas coincidencias en Ourense los “llevaba” la misma persona que era secretario de la Fiscalía (o sea: mi padre) y gracias a ello no se atrevían a tocarle un pelo, aunque lo intentaron más de una vez, pues estos servicios de inteligencia conocían las andanzas… no sé cómo decirlo… digamos que extrafamiliares del “virrey”. Tampoco, en el siglo XXI nos vamos a extrañar de estas peripecias, ahora que vamos conociendo las del “Emérito” (jajaja). Al fin y al cabo el “virrey” tenía 40 años… Pero claro, estamos hablando de 1951 y de la moral cristiana.
Existía una Orden Ministerial o un Decreto algo que ya no recuerdo, que autorizaba a los maestros nacionales a reservar un espacio de titularidad pública (estado, provincia o municipio) para uso exclusivo de los niños. Se denominaba ”coto escolar”. Una vez autorizada la cesión, el espacio era de los niños y bajo la dirección del maestro, intocable.
Un maestro, allá por algún lugar de la Baja Limia, logró que le autorizasen un terreno pegado al colegio donde los niños corrían y jugaban. Lamentablemente, algún cacique (y los había como las meigas) con mucho poder, se fijó en aquel espacio que le venía al pelo para no sé qué proyecto, y le pidió al maestro que renunciase al coto y se lo cediese, permutándolo por otro… que, evidentemente, no estaba al lado del colegio. Y el maestro dijo que no; que el coto era de los niños y los niños antes que nada.
CHERCHEZ LA FEMME
Listos que son los franceses: Si algo no te encaja, busca la mujer. (jejeje).
No consigo recordar si el cacique era misma persona que el alcalde del municipio, pero en un extenso informe del servicio de inteligencia que me tocó pasar a máquina varias veces, si recuerdo que el secretario del ayuntamiento en cuestión era joven y apuesto y su esposa no le iba la zaga. Decían los que la conocieron, que un bellezón.
El cacique contactó con el “virrey”, le expuso la situación, y como todos eran de la misma cuerda, urdieron un plan para “convencer” al maestro de que lo correcto para él era ceder los derechos del coto escolar. Para “convencerlo” el sistema vino a ser esperarlo una noche y darle una paliza. Seguro que fue una paliza muy persuasiva porque el maestro solicitó el traslado para evitar que métodos tan expeditivos pudiesen repetirse. Cuando se incorporó el nuevo maestro lo primero que hizo fue renunciar al coto escolar.
El cacique logró su fin, pero el “virrey”, en apariencia, no había obtenido beneficio alguno. Bueno, salvo follarse a la esposa del secretario del ayuntamiento que, además de un bellezón, resultó ser un putón verbenero.
Poco a poco y tras conocer el ambiente de la sociedad de aquellos años, vamos entrando en materia y percatándonos de cómo se recaudaba dinero para no se sabe qué fines, o cómo se convencía a un maestro para que cediese los derechos de un coto escolar.
GRANDES EXPRESOS EUROPEOS
La salud de mi padre era la de un hombre mayor, agravada por sus problemas de visión. Así que cuando recibió la citación para acudir a Madrid al Ministerio de Gobernación, advirtió a los que lo convocaban de que necesitaba llevar un acompañante. A vuelta de correo recibió dos billetes de coche cama para dos personas, y fue así como por primera vez viajamos en un vagón de aquellos que iban rotulados como “Coches cama de los grandes expresos europeos”.
En la estación del Norte nos estaba esperando un coche del Parque Móvil Ministerios con su conductor que, amablemente, nos llevó al hotel que nos habían reservado. Al día siguiente nos vino a buscar y nos llevó al Ministerio de Gobernación. También nos estaban esperando y siempre con amabilidad nos llevaron hasta una estancia media en penumbra en la que tras una mesa estaban sentadas cinco personas. En el centro de la mesa un flexo encendido y apuntando hacia abajo contra la mesa. Delante una silla donde le pidieron a mi padre que se sentase. A mi, que llevaba una cartera con una copia de todo el tocho de los expedientes (unos 300 folios a doble espacio), me indicaron otra silla al lado de la puerta de acceso, detrás de mi padre y a unos 5 metros, en plena oscuridad. El que estaba en el centro de la mesa era, por lo que luego fuimos sabiendo, el ministro de Gobernación, los demás altos cargos del Ministerio y un abogado del Estado. Le pidió a mi padre el que presidía que se identificase con nombre, apellidos, domicilio y cargo o cargos públicos que ejerciese, y tras hacerlo, alguien giró el flexo de forma que la luz fuese directamente a la cara de mi padre, seguro que a sabiendas de sus problemas de visión.
Evidentemente trataban de intimidarlo. Y, desde mi posición de observador, la frase más benévola que se me pasó por la imaginación fue ¡¡¡Cabrones!!!
Con 18 años estaba viviendo algo que habitualmente veíamos en las películas; y estaba aprendiendo la realidad del poder de una dictadura. Pero esto de poner un flexo contra una persona para interrogarla “amablemente”, a un capitán retirado de la Guardia Civil con largo recorrido en monarquías, dictaduras, repúblicas, otra vez dictaduras… con toda la guerra desde Africa a Extremadura finalizando en la batalla del Ebro, con un hijo de 20 años muerto en el frente de Madrid, era algo así como hacerle cosquillas en los pies. Le pidieron que expusiese las razones de los expedientes de la Fiscalía, y sin inmutarse y desde la serenidad que siempre le caracterizó, les contestó que todo lo traía escrito y que lo tenía yo en la cartera… que mejor lo iba leyendo.
Pero no, no interesaba una lectura, por otro lado ya disponían ellos, se suponía, de la copia enviada por el obispo; era mejor, dijo el que presidía, escuchar el relato de viva voz. Otra vez se equivocaban, pues esperaban que de esta manera no sería tan detallada la información, pero, como me pasaba a mi, de tanto leer y releer, casi recitábamos el texto de memoria.
A la media hora mi padre había concluido el primero de los expedientes y comenzaba con el segundo. Entonces, el que presidía aquel tribunal decidió que era suficiente, paró el relato, le retiraron el flexo de los ojos y, con mucha amabilidad y luces encendidas, le indicó a mi padre que al día siguiente, a las 11 horas, nos irían a recoger al hotel para estar a las 12 en la Dirección General de Correos y Telégrafos, pues el titular de ese departamento, que estaba entre los cinco del tribunal, era el secretario de la “causa”, y allí firmaría mi padre la declaración que acababa de hacer (sin hacerla del todo), que pasarían a limpio. Siempre sin perder la calma y consciente de que flexo incluido les había ganado la maniobra de la intimidación, les explicó que no era necesario ir a lado alguno, ya que toda la declaración la traíamos firmada. ¡Qué si quieres arroz Catalina! El “tocho” no interesaba ni querían verlo delante. Así que mañana a las 12 en Cibeles.
(continuará)