A veces el accidente es algo totalmente fortuito; no es cuestión de edad, no es cuestión de una conducción negligente, es simplemente un accidente -algo no previsto- y donde los factores que influyen en el mismo, son totalmente fortuitos.
Los padres no estaremos nunca preparados para enterrar a un hijo; lo lógico y natural es que sea al revés. Una generación entierra a la precedente.
Los sentimientos de culpa cuando se produce un hecho como el narrado, son inevitables: el padre que le compró la moto, la madre que le envió a un recado, en contra de la voluntad de su hijo.
Lo incomprensible -la muerte antes de tiempo- genera los sentimientos de culpabilidad; es un mecanismo normal de cargar con la culpa de la ausencia. Es como su fuera absolutamente necesario asumir esa culpa para justificar lo incompresible.
Un padre le compra a su hijo la moto o el ciclomotor, como la cosa más natural del mundo. Se sacrifica en la inversión económica pero comprende que su hijo/a, de alguna manera lo necesita. Le hace todas las consideraciones y prevenciones necesarias sobre su uso, la responsabilidad, etc. etc.
Una madre le encomienda a su hijo la compra, o un recado habitual; el hijo protesta pero al final siempre lo hace, porque forma parte de colaborar en el proyecto familiar; cada uno según sus posibilidades.
Ambas posturas son totalmente naturales en cualquier familia normal y es la eterna discusión para mantener los principios de familia, sobre todo cuando las edades de los hijos rondan la adolescencia.
No hay un motivo para criminalizarse; no hay una causa-efecto entre la compra del ciclomotor y el accidente; ni entre el encargarle un recado y perder la vida.
Pero somos padres y cuando sucede algo tan trágico a un hijo a quien se quiere con locura, nos vemos empujados a culparnos del hecho y ese dolor -unido al de la pérdida- nos destroza y en esos momentos; ante tal desgarro de dolor, necesitamos desgarrarnos por dentro; necesitamos asumir la pérdida con todo el corazón y con todo el dolor.
El tiempo colocará las cosas en su sitio. Nunca se supera la pérdida de un hijo/a. Nunca se olvida el hecho. Cada vez que veamos a sus amigos/as crecer, triunfar, etc. estaremos recordando y abriendo la herida a nuestro/a ausente.
Calcularemos la edad que tendría, viendo a sus amigos/as y nos hará daño de una forma contínua.
Solo la pareja, manteniéndose unidos en el dolor y en la esperanza, pueden minorar -solo minorar- la ausencia.
Es algo verdaderamente duro y en estos casos, el tiempo no cura nada. Queda una herida sin cicatrizar, que vuelve a sangran en cualquier momento y ante cualquier causa.
La vida no es justa, ni injusta; la vida es así para unos más dura y para otros más fácil pero para nadie es un camino de rosas.
Mi más sincero pésame.