Fábula El Labrador y El Alcalde
Fábula El Labrador y El Alcalde
Erase una vez una familia humilde que vivía en un pueblo llamado Cercaciudad.. Eran humildes pero tenían una antigua masía donde podían estar calientes en invierno, secos en las lluvias y a la sombra cuando el sol apretaba. El padre cultivaba una huerta de la que obtenían verduras y frutas. La madre se encargaba de una pequeña granja con un una docena de gallinas, un par de vacas y un pareja de cerdos. Todos los lunes en la villa principal de Aquíciudad se celebraba mercado y el hombre y la mujer bajaban con carro a un puesto donde vender sus productos. Tenían dos hijos, la niña era dependienta en una mercería del centro, y el chico era aprendiz de carpintero en una fábrica de muebles en las afueras. Y así vivían felices y comían perdices.
Un día, el Alcalde de Aquíciudad provisto con el cayado de mando, mientras se paseaba por el mercado, vio el buen género del labrador, y después de pensar un poco se acercó a la parada y le dijo:
-Labrador….¡que buenos tomates y que buena tortilla se harán con esos huevos! Mira, como veo que ganas dinero, para poder seguir vendiendo en Aquíciudad tendrás que pagar una moneda de oro. ¿Te parece bien?- y mientras se alejaba concluyó:
-Mejor eso que nada!
El labrador que era una persona disciplinada y consideraba al Alcalde un hombre justo, pero no entendió porqué de aquel pago. Sin embargo lo acató, ajustó sus gastos y cumplió.
Al cabo de un mes, el alcalde apareció de nuevo en su parada. Llevaba una levita nueva y resplandeciente y la vara del poder era ahora una espada de acero. Acercándose a su puesto le habló así:
-Labrador...¡que buenos pimientos y que quesos más sabrosos! Como veo que te va bien, es preciso subir el pago a dos monedas de oro a la semana- y se marchó riendo y diciendo desde lo lejos:
-¡Mejor eso que nada labrador!-
Esta vez el hombre tuvo que vender una de las vacas para poder hacer el pago. Él y su mujer emplearon más horas de trabajo y lo mandado se fue haciendo con puntualidad.
En un mes se presentó en el mercado el Alcalde. Esta vez iba a caballo, escoltado por dos lanceros y por unos señores de la corte del Rey. Cuando estuvo a la altura del labrador detuvo su caballo y le dijo:
Labrador, ¡que magníficos pimientos y que cochinillo más tierno! Había pensado en subirte el pago a 10 monedas a la semana, pero para que veas que soy generoso, te rebajo cinco monedas y solo tendrás que pagar las otras cinco a la semana…¿qué me dices labrador?- le preguntó.
El hombre levantó la mirada esta vez y la clavó en el alcalde, pero uno de los lanceros se interpuso entre ellos por si acaso. El labrador bajó la mirada y calló.
¿No te irás a enfadar verdad? te estoy regalando cinco monedas de oro. Mejor eso que nada- le informó mientras arreaba a su caballo y desaparecían del mercado.
El labrador reunió a su familia y les informó del problema que tenían, ya que con todas las horas del día trabajando no podrían cumplir con los pagos. El hijo se enfureció y le echó la culpa a la falta de reacción de su padre.
- Me marchó a Lejosciudad. Allí no se paga por trabajar- y reuniendo en un momento su ropa en un atillo, cogió una barra de pan y un queso y salió por la puerta sin cerrar tan siquiera.
La hija dijo:
- Nos ha dicho la dueña de la mercería que esta semana es la última que tiene abierto, que ya no entra nadie a comprar, y que tiene que cerrar-.
La madre se abrazó a la hija y empezó a llorar amargamente y el labrador habló de esta manera:
- Dejaremos de bajar al mercado. Aquí estaremos bien hasta que cambien al señor Alcalde. Tenemos comida y un techo donde cobijarnos.
Al lunes siguiente de mercado, la familia siguió con las tareas habituales de la huerta y la granja y no se presentaron en Aquiciudad. Pero por la noche llegaron cuatro lanceros a la puerta de la masía y la aporrearon de esta manera:
Abre labrador, abre en nombre del Alcalde.
Los lanceros entraron a saco en la propiedad del labrador, rompiendo ajuares y destrozando vajillas. Sacando las espadas de los cintos las portaban amenazantes ante los asustados pueblerinos. Y le dijeron:
Queda confiscada esta vivienda como pago por la deuda que tienes, es una orden del Alcalde, gritaba el más alto y fuerte, tienes que irte de aquí.
El labrador cogió lo que todavía quedaba entero, lo subió al carro y enfiló el paso de Lejosciudad. En el camino se encontró con otros labradores que les había ocurrido lo mismo y que formaron una fila que se perdía a la vista de tan larga que era.
A la semana siguiente, el mercado no se celebró, pues no habían labradores ni productos que vender. Nadie había pagado las monedas de oro que sostenían el gasto del Alcalde y de su séquito. Los lanceros contratados se presentaron a cobrar a la puerta del caserón del Alcalde y como no abría la echaron abajo.
El Alcalde no estaba allí. Estaba enfilando el paso de Lejosciudad.
Moraleja: La clase baja y media es la gallina de los huevos de oro. Si la matamos estamos jodidos. Ya podemos enfilar Lejosciudad.