Como amante del deporte y sobre todo y desde mi infancia, hay dos de ellos que los vivo con pasión, el fútbol mayor generador de alegrías y disgustos, y el tenis el segundo, con el gran Rafa Nadal como ídolo personal, y que partido tras partido demuestra la realidad de su titulo de "mejor deportista de todos los tiempos". Sin embargo, en mi ánimo, estos dos deportes van en dirección contraria.
El fútbol cada día más enredado en polémicas y fraudes, en una falta completa de fair play y una nefasta entrada de la tecnología, está consiguiendo que pase completamente de celebraciones. Y me resulta exasperante el protagonismo de ciertos periodistas que se creen dioses de la pantalla.
Pero el tenis, a cada partido me da lecciones de justicia, de autorregulación y de grandeza. Ayer se enfrentaron nuestro Rafa Nadal y el australiano Nick Kyrgios
Kyrgios es un buen tenista. Tiene un buen saque, una condición física rozando a la de Murray y una juventud que auguraba un futuro prometedor en el tenis. Pero ha tomado el camino equivocado.
En el tenis no existen las marrullerías ni los pisotones al figura del equipo contrario. No se emplean tácticas de pérdida de tiempo ni de simulación de lesiones. Ni se engaña ni se intenta que el árbitro falle en sus decisiones para que el público lo linche. En el tenis se juega de cara, frente a frente, viendo venir al contrario con sus armas, su saque y bolea, su resistencia física y mental, su juego en paralelo o cruzado. En el tenis el público no insulta a los jugadores, ni mucho menos al árbitro.
Nadal, sabe lo difícil que estar tantos años en la cúspide del circuito internacional y va por la autopista de los Grandes. Kyrgios aspira a saberlo, y de momento a elegido el camino de los perdedores, el camino del fútbol.