
9º Día.- Viernes 12 de diciembre.-
Amanece fresco, con cielo casi despejado. El camping está prácticamente inundado de agua y con abundante barro. No hay nadie más aparte de nosotros.
Un buen desayuno y a trabajar. Unas bolsas de plástico en los pies, para poder caminar por el agua y aprovechando los restos de una poda reciente, rodeamos la auto de ramas, formando una tarima vegetal para poder movernos alrededor. Ya con más calma y con luz natural comprobamos los daños y vemos que con nuestros propios medios podemos solucionarlo. Utilizando un taladro manual, de esos de molinillo, con una broca muy fina y una docena de tornillos conseguimos fijar de nuevo el parachoques en su emplazamiento original, no quedó tan bonito como estaba en un principio pero puedo asegurar que sí mucho más seguro.
Bueno, ya todo solucionado y un día entero por delante para visitar Tánger. Nos arreglamos un poco y salimos del camping como los valientes: sin preguntar nada. Estamos a unos 12 km de la ciudad y no sabemos cómo vamos a recorrerlos, no se ve un alma. Echamos a andar tranquilamente buscando un cruce para tener así más posibilidades de que pase algún taxi ó autobús. A los pocos minutos pasa un taxi, de los grandes, le pido presupuesto y nos dice que por 100 dh nos lleva al centro. En España no sería mucho dinero por ese recorrido, pero en Marruecos sí lo es, así que continuamos camino. Al momento oímos un motor de coche que se acerca por detrás y por lo tanto lleva nuestra misma dirección y hago lo mismo que suelen hacer ellos: señas para que pare. Así lo hace, y con la máxima corrección posible y en un precario francés le pedimos que nos lleve a Tánger. Pues dijo que sí, que “ye suis anchanté”. El coche era de exposición. Pero de esas exposiciones a las que no va nadie en años y están todas las obras llenas de polvo y desperdicios. Pero no nos importó, nosotros también “anchantés”. Era un Renault-12, azul celeste.
Hace ya muchos años que Tánger dejó de ser lo que era… una ciudad internacional, cosmopolita, abierta al mundo. Hoy no deja de ser una simple ciudad de provincias, muy sucia, los edificios llenos de desconchones, los escasos jardines totalmente descuidados, excepto un pequeño “cogollito” que tiene aspecto europeo, el resto está de pena.
Recorremos la pequeña Medina. Es viernes y hay pocos comercios abiertos. En la calle que baja hacia el puerto hay una mezquita con las puertas abiertas, y desde ellas vemos su interior, totalmente cubierto de unas magníficas alfombras. Seguimos bajando y ya casi en el puerto, chavales jóvenes fumando cosas raritas y con un aspecto nada agradable, algunos tirados por el suelo, deprimente. Ya en el paseo marítimo, nos sentamos en una elegante cafetería al borde de la playa. No tienen té con hierbabuena. Nos tomamos un zumito natural y una infusión de hierbaluisa. Esto ya no parece nuestro Marruecos. Para colmo, delante de la señorial terraza se asienta una pandilla de elementos esnifando pegamento.
Continuamos paseando por un Paseo Marítimo lleno de baches, charcos, con edificios cuyas fachadas se caen a pedazos, con solares convertidos en aparcamientos ó en vertederos. Todo muy descuidado. Pasamos por delante de las oficinas de la naviera FRS y no lo dudamos mucho, entramos y nos aseguraron que aunque teníamos los billetes de vuelta para el día siguiente, podíamos cruzar hoy mismo el Estrecho.
Decidimos despedirnos como Dios manda de la gastronomía marroquí y entramos a comer en un pequeño restaurante, de aspecto muy típico. Lo vimos muy limpito y ordenado, con gente muy arregladita, así que nos sentamos y pedimos un Cus-cús Royal. Muy bien, riquísimo. Pero sólo cuando salíamos nos dimos cuenta de que el restaurante no era marroquí sino libanés.
Cuando terminamos de comer, seguimos pensando que nos vamos para España, que esta parte de Marruecos no nos gusta. Paramos un taxi, de los pequeños, que por lo que marque el taxímetro nos lleva al camping. Aceptamos y nos lleva por la carretera de la costa, por la de los Palacios, realmente un paseo muy agradable. El taxista nos aclara que el fenómeno de los chavalitos-asalta-caravanas no tiene remedio: son niños sin familia, la mayoría, y la policía no puede hacer nada por evitarlo. El coste del trayecto es de 45 dh.
Cuando llegamos al camping llueve a cántaros, recogemos lo más rápidamente posible, pagamos los 120 dh por la pernocta y salimos zumbando hacia el Puerto. Gracias a la intensa lluvia, los semáforos se ven libres de moritos, por lo que sin más contratiempos que un ligero despiste por las obras, llegamos a la zona portuaria con las últimas luces del día. Atravesamos las verjas y ya se divisan dos barcos dispuestos a partir, uno para Algeciras y otro para Tarifa, el nuestro. Pero aún hay que salvar el escollo de la Aduana.
Colocamos la auto en la fila y vemos como se acercan dos individuos con unas credenciales en el pecho de la Compañía FRS. Ante mi evidente desconfianza insisten en que efectivamente son de la FRS y que me van a facilitar el tramite de canje de billetes. Las credenciales son falsas, no son de la naviera y lo único que quieren es dinero por facilitarte los trámites de salida.
Hay pocos vehículos esperando para embarcar. Apenas tenemos delante dos turismos y una furgoneta. Los aduaneros se emplean a fondo con ellos, llegando a desmontar paneles de la tapicería de uno de ellos. A otro le “obligan” a regalarles parte de las mercancías que llevan, sin duda para algún comercio en España. Dejo la auto en buenas manos y me acerco a la ventanilla a tramitar la salida, entrego los pasaportes y los impresos, ningún problema, todo correcto. Le doy al funcionario las copias de los impresos de la Importación Temporal de Vehículos y me dice que no, que esos no los quiere, que me vuelva al coche y espere.
Entretanto llegamos al límite que marca la barrera. Nos toca ser inspeccionados y visto el tratamiento dispensado a los que iban delante de nosotros, nos tememos lo peor. El policía solicita subir a la auto. Le franqueamos la entrada al habitáculo y la cara de amargado que tenía se trucó en una abierta sonrisa. Se quedó como tonto mirando las ricas alfombras, las lujosas tapicerías, los tapetitos, las luces, todo, no tocó nada, sólo decía “bonito, bonito”. Sacando la cabeza por la ventanilla del conductor le ordena al aduanero que abra la barrera y nos deje pasar. Pero el tío no se baja, nos indica en un mal francés que “tiremos palante” que “tut suit, tut suit” y nos dirige hacia una zona del muelle en dirección contraria a nuestro barco.
Se trata de hacer pasar la auto por un escaner gigantesco. Nos hace parar junto a un enorme camión del que salen unos enormes brazos mecánicos. Bajamos todos y nos pregunta si queda algún ser vivo en la auto. Ante nuestra negativa, nos hace alejarnos unos 30 metros para que los brazos del camión pasen por encima de la auto y no nos afecten las radiaciones. Cuando termina el proceso, el policía ya no está junto a nosotros y el operario del camión-escaner nos dice que podemos marcharnos. Le preguntamos que por dónde está nuestro barco y salimos rápidamente en su busca. Apenas quedan unos minutos para la salida y solamente faltamos nosotros por embarcar.
Llegamos a la rampa que da acceso a la bodega del barco y el operario encargado de los billetes toma los nuestros junto con los pasaportes, hace las comprobaciones necesarias, corta los cupones y nos dice que para dentro, que nos vamos.
Bueno, tranquilos, ha ido todo bien, después de todo ha sido rápido todo el proceso de la aduana y ya estamos a punto de embarcar rumbo a nuestra querida España.
Estas cosas sólo pasan en las películas, pero a nosotros nos ocurrió y así os lo cuento: meto primera y voy a enfilar la rampa de acceso cuando se produce un pequeño alboroto. Vemos que viene un guardia corriendo y vociferando, haciendo gestos amenazadores y señalándonos. Por fín llega hasta dónde nos encontramos y le dice al operario que no podemos embarcar, que tenemos que dar la vuelta, salir de la zona de embarque y regresar a la aduana. Era el mismo que había subido a la auto unos momentos antes, ahora no había quien le entendiera, estaba realmente irritado, farfullaba en una mezcla de francés y árabe y todo su empeño era que teníamos que seguirle. El del barco nos dice que nos espera, que no nos preocupemos.
El furioso individuo echa a andar en dirección a la Aduana, que distaba unos 200 metros de dónde estábamos y como nos dijo que le siguiéramos, pues así lo hicimos. Él delante, marcando el paso con una evidente cadencia militar, nosotros detrás, en primera, muy despacito para no empujarle. Nos hace aparcar en un lateral de las oficinas y que si “una multa para él, otra para nosotros, que si la auto ya no podría volver nunca más a Marruecos, que si patatín y que si patatán, pero todo esto en árabe y francés. Bien, ¿cúal es el problema? Pues que no hemos hecho el trámite de legalizar la salida de la auto, el impreso de Importación Temporal de Vehículos. No lo hemos hecho porque el uniformado funcionario no quiso.
¿Se acuerdan ustedes de los dos individuos, supuestamente de la Naviera FRS, que se ofrecieron a facilitarme el canje de billetes? Bueno, pues no los pierdan de vista.
El aduanero nos hace bajar a los dos al muelle y registra minuciosamente los bajos del asiento del conductor. Sí, el receptáculo de la batería auxiliar, no encontró nada raro y me ordenó que fuera al interior de la oficina con la documentación. Ya es de noche, apenas queda nadie por los alrededores y al entrar en las dependencias de la aduana, me encuentro junto al funcionario encargado de los papeleos, a los dos “pintas” que se hacían pasar por empleados de la compañía naviera y que me exigieron en su momento una “importante propina” por sus servicios, y que yo naturalmente me negué a pagar. El dinero que se les da a los “moritos arregladores de papeles” también va a parar a manos de estos funcionarios. A pesar de que ya no quedaba nadie por allí, me tuvieron un buen rato esperando, lo justo para hacernos perder el barco.
Ya todo resuelto, volvemos al muelle, vacío, nos toca esperar un par de horas hasta que salga el siguiente barco. Son las 9 de la noche y empieza a llover a cántaros. Aprovechamos para cenar y por la columna de coches que empieza a formarse se pasea un camarero con una bandeja repleta de vasos de plástico con té. Triste despedida de Marruecos.
Llegada a Tarifa sin novedad y pernocta en un aparcamiento de la playa del Lance.
Kilómetros recorridos hoy: 22.
Total: 2889 km.