2- el partido de los martires
El segundo de los cuatro partidos en los que Grecia se divide en la actualidad podría denominarse el partido de los honrados, aunque yo prefiero llamarlo el partido de los mártires. A este partido pertenecen los dueños de pequeñas y medianas empresas, sus trabajadores y los pequeños autónomos, por ejemplo los taxistas o los técnicos. Ellos rebaten la opinión, tan extendida en Europa, de que los griegos son unos comodones y se zafan del trabajo. Trabajan duro y pagan religiosamente sus impuestos. Sin embargo, aunque el partido de los mártires es el mayor de los grupos no parlamentarios, no es lo suficientemente fuerte para aliarse con nadie. Por eso lo explotan por todas partes. Son los que mayores sacrificios realizan a causa de la crisis, por eso me gusta llamarlos mártires.
El mayor golpe para la pequeña y mediana empresa es la recesión. El desolador paisaje de las tiendas o negocios vacíos comienza a ser un elemento común en todos los barrios de Atenas, incluso en las zonas comerciales más elegantes. Por ejemplo, la calle Patission. La Patission, como la llaman los atenienses, es la más antigua de las tres calles en las que se divide el centro de la capital y se considera el bulevar de la clase media. Como vivo por esa zona, conozco muy bien la calle. La Patission estaba siempre muy mal iluminada, pero no importaba porque los escaparates brillaban con luz propia. Estos días, por la noche la calle está oscura como boca de lobo: uno de cada dos comercios ha cerrado y los que todavía siguen abiertos, intentan sobrevivir a golpe de ofertas especiales.
En la calle Aiolous, una vía también situada en el centro y que siempre había constituido un destino comercial para aquellos con menos ingresos, la situación es aún más terrible. Quedan todavía algunas tiendas, pero están vacías, los clientes no acuden a comprar. Así que la calle Aiolous se ha convertido en una zona peatonal sin peatones. “¿Cuánto tiempo podré aguantar?”, me preguntaba la dueña de una pequeña tienda de ropa de caballero en la que entré a comprar calcetines. “Pueden pasar días hasta que aparece un cliente”. En los últimos tiempos, uno vacila mucho antes de entrar en un comercio, porque, tan pronto como se ha cruzado el umbral, el dueño o los dependientes le bombardean a uno con lúgubres noticias.
La dueña de la tienda de ropa de caballero no aguantó mucho: cuando el sábado pasado regresé a la calle Aiolous, su negocio también había cerrado. Una amiga de mi hermana trabaja en una pequeña empresa especializada en la construcción de viviendas. Es la única empleada: el dueño se ha visto obligado a despedir al resto del personal. ¿Quién quiere construir casas cuando por todas partes hay viviendas en venta que tampoco compra nadie? Hace siete meses que la amiga de mi hermana no cobra su sueldo, sin embargo, está feliz porque, al menos, conserva su puesto de trabajo.
Lo peor para los miembros del partido de los mártires es el desánimo. Han perdido la esperanza. Para ellos, tras la crisis no se esconde perspectiva alguna de alcanzar un futuro mejor. Cuando uno habla con ellos, no es posible dejar de pensar que solo están esperando a que llegue el final. Cuando una gran parte de la sociedad no logra reunir el optimismo necesario, significa que la vida es en verdad agobiante. En muchos de los bloques de viviendas en los que viven ciudadanos con ingresos escasos o moderados ya no se enciende la calefacción. Las familias carecen de dinero para gasóleo, o prefieren utilizarlo para otras cosas. Yo no conduzco. Tengo un taxista que me lleva o me recoge del aeropuerto. Su nombre es Thodoros, no está casado y vive solo. (...) “Mire yo pago por el alquiler de este taxi 350 euros a la semana. Trabajo los siete días, pero solo me llega para pagar el alquiler. Muchas veces tengo que poner yo mismo dinero”.
A los griegos les gusta ir en taxi, porque es muy barato. Por 3,20 euros se puede llegar a cualquier lugar en el centro de Atenas y una carrera un poco más larga nunca cuesta más de seis euros. Hasta hace medio año, en las horas centrales del día era casi imposible encontrar un taxi libre. Ahora por todas partes es posible ver largas colas de taxis a la espera de clientes, no solo al mediodía, sino también por la noche y durante el fin de semana. Y esto no es lo peor.
La recesión no es la única preocupación de los mártires. A pesar de que sus negocios ya no rinden, están obligados a pagar sus tributos por partida triple: primero, el Impuesto sobre la Renta, después diferentes impuestos adicionales y, por último, un complemento de solidaridad. Un impuesto este, el de solidaridad, que el año próximo deberán abonar en dos ocasiones, mientras que otro impuesto indirecto, el IVA, se incrementó dos veces durante el año pasado. Mientras que los defraudadores no pagan nada o casi nada de estos impuestos adicionales o del complemento de solidaridad, porque muchos no presentan la declaración de Hacienda o disfrazan una gran parte de sus ingresos, los ciudadanos honrados no pueden casi ni respirar.
Al grupo de los mártires pertenecen también los empleados y los trabajadores en paro del sector privado. En la actualidad, son muy pocos los trabajadores griegos a los que se les paga puntualmente su sueldo. La mayoría lo cobra en pequeñas cantidades y con un retraso de varios meses. Y todos pasan grandes dificultades y, sobre todo, viven angustiados, con el temor de que la empresa donde trabajan se vaya a pique de un día para otro.
La contención del consumo y la falta de créditos ha frenado el crecimiento económico del país y, por este motivo, son muchas las pequeñas empresas que se hunden estos días. Desaparecen, pero no se llevan consigo las numerosas deudas contraídas. Mi cuñado, representante de moda infantil, me contaba entristecido que solo la pasada semana había vivido tres casos semejantes. Es desesperante. Ahora, delante de las oficinas de empleo, se ven largas colas de parados que cada mes aguardan pacientemente la orden de pago con la que el banco debe transferirles su subsidio. Sin embargo, nunca pueden tener la certeza de que el pago llegue a principios de mes. A veces, tienen que esperar algo más para cobrar sus 416,50 euros, pues el número de parados no deja de crecer y a las oficinas de empleo se les termina el dinero.
Tras el colapso del aparato estatal y, sobre todo, del sistema fiscal, el Ministerio de Hacienda tuvo la brillante idea de cobrar impuestos a través de la factura de la luz. A quien no paga sus impuestos, se le corta la luz. He visto imágenes en la televisión griega de personas mayores que hacían cola en las oficinas de la compañía eléctrica para pagar el primer tramo de sus impuestos. Me entraban ganas de llorar. “El primer tramo asciende a 250 euros”, decía un hombre de unos sesenta y tantos años a la cámara. “A mí me dan una pensión de 400 euros, ¿cómo voy a vivir durante todo un mes con los restantes 150?”.
En ese momento, recordé mi regreso a Grecia en los años sesenta. Entonces me recibió una de las más curiosas estampas que uno pueda imaginar: de los tejados de alquitrán de muchas de las casas de una planta que poblaban los barrios obreros sobresalían llamativas varas de hierro. Eran horribles, pero representaban una promesa: el sueño de la segunda planta. El sueño del apartamento para el hijo o la hija en el piso de arriba. Durante toda su vida esa gente había ahorrado dinero para hacer realidad ese sueño, sacrificando cada céntimo. Y ahora se lo están quitando. Un sistema político en ruinas basado en su nepotismo tóxico y su falsa riqueza ha destrozado la dignidad de un pueblo.