Eso debe de ser por la ley del barco fondeado...
Esto que sigue es de Perez Reverte
La Ley del Barco Fondeado es utilísima a la hora de hacer previsiones, pues tiene innumerables aplicaciones terrestres. Por no alejarnos del mar, basta cambiar Barco Fondeado por Toalla y Playa, y resultará que, en una playa desierta de varios kilómetros de extensión, toda familia con sombrilla, hamacas, abuela y niños vendrá a instalarse exactamente a dos metros y cincuenta centímetros del lugar en donde hayas extendido tu toalla; pero no lo hará ninguna señora estupenda amante del bronceado integral -Corolario de la Señora Estupenda-. Etcétera. Y en cuanto a la tierra adentro, para qué les voy a contar. Ahí está la Ley de la Mesa Contigua, que no es sino una variante en seco de la del Barco Fondeado: en una cafetería o restaurante con todas las mesas vacías, cualquier nuevo cliente ocupará siempre la más próxima a la tuya -a veces esta ley se ve reforzada por la Norma del Maître Cabrón, que también ayuda-. El lunes pasado, a las diez de la mañana, tuve ocasión de confirmar el asunto. Estaba sentado leyendo los periódicos en una mesa, al fondo de una cafetería de aeropuerto grande y desierta, cuando apareció un grupo de jubilados que venían a echar una partida de mus. En cuanto los vi entrar, deduje: date por fornicado, colega. Y oigan. Queda feo que me eche flores, pero bordé el pronóstico. Cruzaron la sala sorteando mesas vacías y fueron a instalarse en la mesa de al lado. El resto lo pueden imaginar: duples, parejas, órdago a la chica. Y a ver si vienen esos cafelitos, guapa. Todo a grito pelado, entre golpes de baraja. Al rato llegaron más clientes y, por supuesto, se situaron alrededor, bien agrupados; con lo que, al cabo de un rato, aquella esquina de la cafetería parecía una plaza de pueblo en fiesta patronal. Ley del Barco Fondeado, como les digo. Para que luego nos llamen insolidarios. El que está solo es porque quiere. Y ni aun así te dejan.