Así es: cuando se acampa en plan cebolleta se pierde la perspectiva de la filosofía campista. A lo largo de las muchas fases por las que he ido pasando, cuando por razones de economía (un sólo coche para todo) y necesidades de continuos desplazamientos (ahorro de pernoctas en hoteles) dejé la caravana y me mantuve unos 12 años en "modo camper", aprendí a llevar conmigo lo imprescindible y dejar en casa lo superfluo, y cuando retorné a la caravana, escogí la más pequeña que encontré y me mantuve en esa filosofía de lo imprescindible, pese a que dejé de viajar y retorné a temporadas de semana santa a octubre en plan cebolleta. En tanto tiempo y tras visitar muchas instalaciones campistas, en algunos casos me asombraba la cantidad de trastos que observaba en los cebolletas, cierres de parcela con valla, jardinería, huerta, cierre de techo con estructura metálica y esteras... y siempre los muebles viejos de casa, frigoríficos y cocinas, que en vez de tirarlos al desguace, acababan en estas instalaciones constituyendo auténticos poblados.
No es difícil imaginar, en caso de incendio, la cantidad de material que se aporta al pasto de las llamas, en una concentración de este tipo de chabolismo. Pero comprendo que sí lo es para la dirección de un campin discriminar hasta dónde se deben de regular estas instalaciones. Son clientes, fijos, y aquellos que disponen de una parcela bien situada en un campin, resulta que cuando deciden dejarla, la traspasan, cobran por el traspaso al nuevo arrendatario, y la dirección el campin percibe una parte de ese traspaso. Todo, evidentemente, bajo cuerda, tan en negro como los sobres que ciertos partidos políticos reparten entre sus dirigentes o para reformar sus sedes. Y todo sin los más mínimos criterios de seguridad. Cuando ocurre una desgracia, entonces, clamamos al cielo.