Visita
Visita nocturna a la Alhambra.
El sol se esconde y las puertas de la Alhambra se vuelven a abrir. Bajo la luz de la luna, el conjunto impresiona aún más. Atrás queda el gran portón del Palacio de Carlos V cerrado a cal y canto y el perfume del patio de Machuca. Dentro de los palacios nazaríes, la belleza y el encanto se multiplican con la noche. Las visitas nocturnas al monumento descubren maravillas ocultas por el día. La ausencia de luz, el crepúsculo, permite soñar y dejarse llevar por los recovecos que engrandecen las leyendas del castillo rojo que corona la ciudad de Granada. Dice Washington Irving en su célebre libro sobre el monumento nazarí que la Alhambra es objeto de tanta veneración como la Caaba para los musulmanes. La Alhambra de noche
No es de extrañar. Nada más pisar sus jardines y sus alrededores, uno se enamora. En la magia de la noche, el bullicio del día se vuelve quietud. Las estrellas y la luna se divisan a lo lejos desde los ventanales de las estancias del palacio de Mexuar -el más antiguo, muy modificado y de acceso restringido-. En la sala del Mexuar -visitable- se escucha el canto de los vencejos y al fondo, desde el pequeño oratorio, se abren unas bonitas vistas del Albaicín iluminado.
Son poco más de las 22.15 horas -la visita comienza a las 22.00 horas- y los palacios nazaríes son un remanso de paz y sosiego. Nada que ver con el trasiego de turistas y su ruido mañanero, ni con los días y las noches en que Muhammad V, Yusuf I o Boabdil y todos sus séquitos correteaban por sus estancias o recibían a ostentosas caravanas de visitantes en el salón del Trono. En el patio del Cuarto Dorado se pueden observar directamente las estrellas y ver pasar las nubes sueltas de estas noches ya estivales. No hay ruido, nos rodea el silencio y la imponente riqueza arquitectónica y decorativa del monumento.
Salón del Trono
Caminamos lentamente hacia el palacio de Comares. Majestuoso. De ahí al patio de los Arrayanes y su relajante fluir del agua. Maravilloso. La tenue luz dibuja en la alberca rodeada de macizos de arrayán las construcciones de este patio de tipo arábigo-andaluz. En este punto, hay que sentarse en alguna de las sillas y soñar durante unos minutos para después acceder, tras atravesar la sala de la Barca -con un hermoso techo de madera- al salón del Trono, en el que la decoración estalla, pues es el recinto más ricamente ornamentado.
Si desde que se pisan los palacios nazaríes no bajamos la cabeza, en esta estancia hay que subirla un poco más para encontrar una serie de ventanitas caladas que iluminan el bello techo de madera. Dicen que representa los siete cielos del cosmos islámico, que recorre el alma del creyente hasta encontrar a Alá. Sin prisas, recreándose en cada uno de los detalles -se conozca o no su historia, la belleza de estos patios impresiona al viajero-, llega la hora de adentrarse en el Patio de los Leones.
De noche, las columnas y los arcos de este hermoso patio no pierden su belleza y el ruido de alguna paloma aporta más misterio a un recinto con poca luz que da paso a estancias tan hermosas como la sala de Abencerrajes. Hay que sentarse otra vez para no perder detalle de la decoración, la bella cúpula de mocárabes, con forma de estrella de ocho puntas. Repleto el corazón de sentimientos, emociones y tras haber hecho varios viajes al pasado por los pasadizos secretos cerrados al público, aguarda la sala de las Dos Hermanas y el mirador de Lindaraja. Es donde suena el agua con más fuerza. Al asomarse a cualquiera de las tres ventanas se divisa un jardín y algunas de las estancias privadas del palacio. Ahí está prohibido el paso, pero nadie dice que no se pueda soñar. Debemos volver sobre nuestros pasos, pero no sin disfrutar del silencio.
Y recordar también algunas leyendas, como la de la sangre de los Abencerrajes, donde se dice que un sultán mandó degollar a 37 caballeros, o los tesoros escondidos o las apariciones de sultanes y princesas entre cipreses y arrayanes. Son las 23.30 horas. Se acaba el cuento y en el patio de Machuca el ruido de la ciudad recuerda que estamos en el siglo XXI. Sí, otro siglo más en el que la Alhambra sigue luciendo, como siempre, maravillosa.
Noches en la Alhambra
autor: Andres G Parra