BASTA YA
Hay dos formas de ver este pueblo; una, visitándolo en día de diario, cuando sestea. La otra, recorriendo sus calles en fin de semana, cuando se viste de fiesta para recibir a las gentes que llegan para vivir unas horas en la más profunda Castilla. Son dos caras de una misma moneda, que da a elegir entre la calma y el silencio o el paseo y el festín gastronómico.
Sea cual sea la elección, se habrá de subir por la cuesta que lleva a sus murallas, pasar por la Puerta de la Villa, si se quiere entrar a través de la fortificación e iniciar la visita como es debido.
Después de pasar bajo el arco morisco con sus puertas siempre abiertas y eternamente quietas por la acción del tiempo, se entra en la calle Real. A la izquierda encontramos la cárcel vieja, un caserón que debió conocer los mejores tiempos de Pedraza y los lamentos de sus alojados.
Empieza la gala de calles empedradas, casas nobles, fachadas blasonadas, palacios de fuste y otros detalles de arquitectura popular. Así hasta darse de morros con la casa de Pilatos y su balcón esquinero.
Se vaya por donde se vaya, al final se estará en la Plaza Mayor, que resulta que ni es cuadrada, ni es circular, pero distrae la vista con un montón de contrastes. Pilares de madera, columnas de piedra, pórticos recios, galerías, arcadas y puertas tachonadas.
Los balcones de Pedraza y sus ventanas tienen siempre los geranios de guardia y el castillo no tiene prisa, está ahí ...... “desde siempre”, según dicen sus paisanos . Así, mientras los días de diario la paz trae el silencio, Pedraza tiene pequeños placeres: el sonido de un lejano aserradero, el timbre de una bicicleta, el goteo del agua en una fuente, los botes de un balón con el que juegan los chavales. Notas extrañas para el visitante de la gran urbe. Los sábados y festivos, la Plaza Mayor se llena de forasteros que hacen boca en tabernas y mesones, mientras en los asadores y fogones se tuestan los corderos; también en la hostería que lleva el nombre del pintor Zuloaga, un caserón donde tenía su sede la Inquisición, y cuya fachada conserva el escudo de este tribunal.
Así, cuando llega la hora, por los comedores circulan calderetas humeantes y peroles de barro que contienen corderos, cabritos y lechones, entre sus jugos sin experiencia, pero con el sabor que da una vida breve. Sublimes cabezas de cordero asadas, judiones y natillas.
Los visitantes de “adiario” no disfrutan del recreo gastronómico, en esos días es difícil incluso encontrar una sencilla magdalena que echarse a la boca. Ventajas e inconvenientes que tienen las dos caras de la vieja Castilla.
Por la vida, Ilis
Hay dos formas de ver este pueblo; una, visitándolo en día de diario, cuando sestea. La otra, recorriendo sus calles en fin de semana, cuando se viste de fiesta para recibir a las gentes que llegan para vivir unas horas en la más profunda Castilla. Son dos caras de una misma moneda, que da a elegir entre la calma y el silencio o el paseo y el festín gastronómico.
Sea cual sea la elección, se habrá de subir por la cuesta que lleva a sus murallas, pasar por la Puerta de la Villa, si se quiere entrar a través de la fortificación e iniciar la visita como es debido.
Después de pasar bajo el arco morisco con sus puertas siempre abiertas y eternamente quietas por la acción del tiempo, se entra en la calle Real. A la izquierda encontramos la cárcel vieja, un caserón que debió conocer los mejores tiempos de Pedraza y los lamentos de sus alojados.
Empieza la gala de calles empedradas, casas nobles, fachadas blasonadas, palacios de fuste y otros detalles de arquitectura popular. Así hasta darse de morros con la casa de Pilatos y su balcón esquinero.
Se vaya por donde se vaya, al final se estará en la Plaza Mayor, que resulta que ni es cuadrada, ni es circular, pero distrae la vista con un montón de contrastes. Pilares de madera, columnas de piedra, pórticos recios, galerías, arcadas y puertas tachonadas.
Los balcones de Pedraza y sus ventanas tienen siempre los geranios de guardia y el castillo no tiene prisa, está ahí ...... “desde siempre”, según dicen sus paisanos . Así, mientras los días de diario la paz trae el silencio, Pedraza tiene pequeños placeres: el sonido de un lejano aserradero, el timbre de una bicicleta, el goteo del agua en una fuente, los botes de un balón con el que juegan los chavales. Notas extrañas para el visitante de la gran urbe. Los sábados y festivos, la Plaza Mayor se llena de forasteros que hacen boca en tabernas y mesones, mientras en los asadores y fogones se tuestan los corderos; también en la hostería que lleva el nombre del pintor Zuloaga, un caserón donde tenía su sede la Inquisición, y cuya fachada conserva el escudo de este tribunal.
Así, cuando llega la hora, por los comedores circulan calderetas humeantes y peroles de barro que contienen corderos, cabritos y lechones, entre sus jugos sin experiencia, pero con el sabor que da una vida breve. Sublimes cabezas de cordero asadas, judiones y natillas.
Los visitantes de “adiario” no disfrutan del recreo gastronómico, en esos días es difícil incluso encontrar una sencilla magdalena que echarse a la boca. Ventajas e inconvenientes que tienen las dos caras de la vieja Castilla.
Por la vida, Ilis