BASTA YA
El Sobrarbe es una comarca de valles profundos y altas montañas en el pirineo de Huesca.
Basta llegar a Aínsa para saber lo que espera al visitante: Las cumbres pirinaicas son el telón de fondo de una población con aire medieval y donde los soportales de su plaza porticada, sus balcones de madera, sus muros de piedra o su iglesia románica de Santa María nos devuelven al siglo XIII.
Desde Aínsa, teniendo a la vista la Peña Montañesa, se llega a Laspuña, lugar donde se hacían las almedías con las que se descendía la madera hacia el bajo Ebro.
Ascendiendo por la carretera se encuentra Tella, con su dolmen y sus ermitas románicas y la vista que se contempla domina la garganta de Escuaín, el más desconocido de los valles que forman el Parque Nacional de Ordesa. En sus riscos y profundidades sobran los alicientes: la Fuente de Escuaín, los circos de Gurrundué y la Sarra, las aldeas de Revilla, Arinzué o Miraval, los barrancos de Angonés y Consusa, etc.
Un nuevo desvío de la carretera lleva al valle del Cinqueta. Y sin que tengamos que rezar el rosario en voz alta, como se cuenta que hacían sus gentes no hace mucho para acallar el rugido del río, se pasa el tramo de La Enclusa, un paso vertiginoso que da entrada al valle lateral de Chistau, aislado durante cientos de años.
Chistau parece un jardín natural con sus cuidados prados, los fresnos y las bordas. Más arriba, las laderas se elevan cubiertas de encinas y robles, hasta alcanzar las cimas rocosas que parecen rozar las nubes. Los habitantes del valle, conscientes del valor de “lo natural”, rememoran su esencia con iniciativas como el Museo Etnológico de San Juan de Plan o los talleres de madera y artesanía textil.
De camino por el valle del Cinca, se llega al congosto de las Devotas, un estrecho paillo fluvial flanqueado por altas paredes de roca. En lo más hondo, es tan estrecho que el sol apenas ilumina los remansos y pozas de un agua cristalina.
Ya en Bielsa, se aprecia la influencia francesa en sus edificios y su gastronomía. Desde allí, nada mejor que ir a la ermita de la Virgen de Pineta, donde los colores del paisaje propician un sentimiento de huésped afortunado.
No hay que perderse la degustación de la “chireta” embutido hecho con tripa de cardero rellena de arroz, corazón, ajo y perejil.
Por la vida, Ilis
El Sobrarbe es una comarca de valles profundos y altas montañas en el pirineo de Huesca.
Basta llegar a Aínsa para saber lo que espera al visitante: Las cumbres pirinaicas son el telón de fondo de una población con aire medieval y donde los soportales de su plaza porticada, sus balcones de madera, sus muros de piedra o su iglesia románica de Santa María nos devuelven al siglo XIII.
Desde Aínsa, teniendo a la vista la Peña Montañesa, se llega a Laspuña, lugar donde se hacían las almedías con las que se descendía la madera hacia el bajo Ebro.
Ascendiendo por la carretera se encuentra Tella, con su dolmen y sus ermitas románicas y la vista que se contempla domina la garganta de Escuaín, el más desconocido de los valles que forman el Parque Nacional de Ordesa. En sus riscos y profundidades sobran los alicientes: la Fuente de Escuaín, los circos de Gurrundué y la Sarra, las aldeas de Revilla, Arinzué o Miraval, los barrancos de Angonés y Consusa, etc.
Un nuevo desvío de la carretera lleva al valle del Cinqueta. Y sin que tengamos que rezar el rosario en voz alta, como se cuenta que hacían sus gentes no hace mucho para acallar el rugido del río, se pasa el tramo de La Enclusa, un paso vertiginoso que da entrada al valle lateral de Chistau, aislado durante cientos de años.
Chistau parece un jardín natural con sus cuidados prados, los fresnos y las bordas. Más arriba, las laderas se elevan cubiertas de encinas y robles, hasta alcanzar las cimas rocosas que parecen rozar las nubes. Los habitantes del valle, conscientes del valor de “lo natural”, rememoran su esencia con iniciativas como el Museo Etnológico de San Juan de Plan o los talleres de madera y artesanía textil.
De camino por el valle del Cinca, se llega al congosto de las Devotas, un estrecho paillo fluvial flanqueado por altas paredes de roca. En lo más hondo, es tan estrecho que el sol apenas ilumina los remansos y pozas de un agua cristalina.
Ya en Bielsa, se aprecia la influencia francesa en sus edificios y su gastronomía. Desde allí, nada mejor que ir a la ermita de la Virgen de Pineta, donde los colores del paisaje propician un sentimiento de huésped afortunado.
No hay que perderse la degustación de la “chireta” embutido hecho con tripa de cardero rellena de arroz, corazón, ajo y perejil.
Por la vida, Ilis