En 1962, el director Masaki Kobayashi, después de dar por finalizado el último capitulo de la célebre saga La condición humana, se embarca en esta producción de alto coste titulada Seppuku, que significa lo que en occidente conocemos como harakiri. Nació en Otaru (Hokkaido) en 1916, estudió filosofía y trabajó como ayudante de dirección hasta que fue reclamado por el ejército. Cuando volvió a Japón retomó su antiguo trabajo junto a Kinoshita, quien se puede considerar su maestro. A pesar de que este director oriental no es muy conocido, su filmografía es muy admirada, destacando Kwaidan, una película compuesta por cuatro historias: El pelo negro, La mujer de la nieve, Hoichi, el hombre sin orejas, y En una taza de té. Esta película ha ejercido influencias notables en actuales directores orientales, tales como Hideo Nakata (The Ring), entre otros. Pero es quizá Harakiri una de sus obras más representativas y la que vamos a tratar en este artículo.
La historia del genial film se sitúa en 1630, va concluyendo la era Khan- Ei, dejando como consecuencia un Japón lleno de miseria y hambruna. Después de la guerra de los clanes se instala la paz y esto no deja sitio para los samurais, que buscan la manera de sobrevivir. Algunos no soportan vivir en condiciones indignas y deciden visitar las casas de los clanes buscando un patio donde practicar la ceremonia del harakiri para morir con honor. En la mayoría de los casos los jefes de los clanes se apiadan de los samurais empleándolos o dándoles limosnas para evitar una muerte terrible en su jardín. En cambio en la casa del clan de los Iyi, las cosas no son como en el resto, pues ellos piensan que ya están hartos de aprovechados que amenazan con la práctica del harakiri para conseguir limosna, así que el que pide el patio para llevarlo a cabo y luego se arrepiente, es asesinado por sus guerreros. Así se lo hacen saber a Miho Tsugumo, un viejo samurai que busca morir dignamente y al que le narran como ejemplo la historia de Chijiwa, un joven al que le fue concedido gustosamente el jardín para la práctica del harakiri, y al que a su vez le fueron negados dos días de tregua que solicitó antes de la sangrienta muerte que se daría con su propia espada de bambú, pues la verdadera tuvo que venderla para poder sobrevivir. Tsugumo asegura que llevará a cabo el seppuku, pero a cambio exige, para que le dén el golpe de gracia después de abrirse el estómago, a tres guerreros que misteriosamente se hallan enfermos. Mientras tanto, el viejo samurai consigue alargar la ceremonia contándoles a todos su miseria y el porqué de haber tomado tan drástica decisión, como si de Scherezade en el cuento de Las mil y una noche se tratase. Es así como ante los oídos atónitos del clan se descubre que el joven Chijiwa es el padre de su nieto y marido de su única hija, y que los guerreros enfermos fueron los que llevaron el cadáver hasta la puerta de su casa entre risas y burlas. Resultando ser Tsugumo uno de los más grandes guerreros del Japón.
Harakiri se podría considerar como una película de acción, a pesar que solo de los 135 minutos que dura la producción, 10 o 15 conforman escenas de lucha, culminando en un gran combate de los guerreros contra Tsugumo, quien en ningún momento ataca, sino que se defiende. A lo largo de la película somos testigos de una lucha psicológica que prepara al espectador para el sangriento final, donde mueren cuatro guerreros, hiere gravemente a ocho y logra que los que llevaron al cadáver de su yerno sean asesinados si se niegan a practicarse el seppuku.
Kobayashi realiza magistralmente este homenaje a tantos héroes anónimos que no fueron mencionados en los libros, pues el film parte del diario del clan Iyi, que no recoge lo anteriormente narrado. De esta forma Kobayashi abre el corazón de los samurais mostrándonos sus sentimientos más allá de la institución, pues estos parecen estar por encima de ellos. Excelente guión y diálogos llenos de sabiduría, hacen que el personaje de Tsugumo dé una lección de honor y amor, principio de los que los presentes en la ceremonia carecen.