BASTA YA
Dos sierras, la de Espadà, al norte, y la Calderota, al sur, protegen la comarca del Alto Palencia, en el interior de Castellón. Entre ambas discurre el valle, cubierto de lomos sinuosos en los que ordenados campos de cultivo y pueblos encalados se reparten el terreno sin codicia.
Segorbe, la capital comarcal, tiene la tranquilidad de una pequeña ciudad, aunque con prestancia suficiente para ser sede episcopal. Precisamente la catedral, con su impresionante claustro gótico, es el único monumento que alza la voz más de la cuenta. Los otros edificios notables (el museo diocesano, el de arqueología local, las iglesias de San Martín y de San Joaquín y Santa, el palacio de los duques de Medinaceli) parecen empequeñecer a su lado. El alcázar árabe, las torres de la Cárcel y el Botxí o el caso antiguo justifican de sobra un paseo reposado.
La Plaza del Agua Limpia, tan diáfana como su nombre, es un excelente punto de partida para adentrarse en el casco viajo e ir descubriendo los muchos pequeños rincones que se dejan paladear sin aspavientos. Como la fuente de los 50 Caños, provista de un chorro por cada una de las provincias españolas.
A partir de la plaza, ganamos altura de forma casi imperceptible. Las calles ascienden sin retorcimientos inútiles ni cuestas crueles, y se abren de vez en cuando en agradables plazuelas, como la de las Monjas o la antigua de los Cerdos. Hasta llegar al paseo de Sopeña, donde, ahora sí, unos escalones verticales llevan al Centro de la Estrella y a las ruinas del antiguo alcázar árabe.
Valle arriba, el río es eje en el que se acomodan las principales localidades de la comarca. Aunque hay pueblos apartados que obligan a una visita, como Castellnovo. Su peculiar camino del Vía Crucis, con cada una de las estaciones encaladas y provistas de tejado, termina, tras una cuesta terrible, en las ermitas de San Antonio y San Cristóbal. Si subís a la primera, la más coquetona, hos regalareis con una esplendida vista de la comarca.
Altura, al otro lado del valle, es también pueblo díscolo. Las guías turísticas insisten en cantar las excelencias de la cartuja gótica de Valldecrist, pese a que apenas queda piedra sobre piedra pero sigue dando testimonio de su antiguo esplendor. Pero mejor haréis en seguir la prodigiosa carretera del santuario de la Cueva Santa, resguardado en el fonda de una cavidad subterránea, en medio de un campo de olivos.
De vuelta al Palencia, Navajas es parada obligada, aunque solo sea por los muchos manantiales que han hecho de ella, desde principios de siglo, notable centro de veraneo. El agua, la torre árabe de Altamira, y un olmo de 350 años dan carácter al pueblo. Un camino a la orilla del río recorre las fuentes más famosas de la zona, y conduce hasta la espectacular cascada del Brezal, por donde el agua se precipita desde treinta metros de altura.
Al final del camino espera Jérica. A diferencia de los otros pueblos, cuyas siluetas urbanas evitan los excesos, aquí encontramos la Torre de las Campanas, un misil mudéjar erigido en el año 1614. Y, todavía otra más, la del antiguo castillo árabe que, impasible desde lo alto de la escarpada Peña Tajada, domina serena el curso del río.
Para satisfacción culinaria, la olla segorbina, los arroces, la fruta y el aceite de la zona, además de los dulces, darán amparo suficiente.
Los jueves hay mercado callejero en Segorbe donde bastones y herramientas de madera, objetos de esparto y cerámica serán buenas compras.
Por la vida, Ilis
Dos sierras, la de Espadà, al norte, y la Calderota, al sur, protegen la comarca del Alto Palencia, en el interior de Castellón. Entre ambas discurre el valle, cubierto de lomos sinuosos en los que ordenados campos de cultivo y pueblos encalados se reparten el terreno sin codicia.
Segorbe, la capital comarcal, tiene la tranquilidad de una pequeña ciudad, aunque con prestancia suficiente para ser sede episcopal. Precisamente la catedral, con su impresionante claustro gótico, es el único monumento que alza la voz más de la cuenta. Los otros edificios notables (el museo diocesano, el de arqueología local, las iglesias de San Martín y de San Joaquín y Santa, el palacio de los duques de Medinaceli) parecen empequeñecer a su lado. El alcázar árabe, las torres de la Cárcel y el Botxí o el caso antiguo justifican de sobra un paseo reposado.
La Plaza del Agua Limpia, tan diáfana como su nombre, es un excelente punto de partida para adentrarse en el casco viajo e ir descubriendo los muchos pequeños rincones que se dejan paladear sin aspavientos. Como la fuente de los 50 Caños, provista de un chorro por cada una de las provincias españolas.
A partir de la plaza, ganamos altura de forma casi imperceptible. Las calles ascienden sin retorcimientos inútiles ni cuestas crueles, y se abren de vez en cuando en agradables plazuelas, como la de las Monjas o la antigua de los Cerdos. Hasta llegar al paseo de Sopeña, donde, ahora sí, unos escalones verticales llevan al Centro de la Estrella y a las ruinas del antiguo alcázar árabe.
Valle arriba, el río es eje en el que se acomodan las principales localidades de la comarca. Aunque hay pueblos apartados que obligan a una visita, como Castellnovo. Su peculiar camino del Vía Crucis, con cada una de las estaciones encaladas y provistas de tejado, termina, tras una cuesta terrible, en las ermitas de San Antonio y San Cristóbal. Si subís a la primera, la más coquetona, hos regalareis con una esplendida vista de la comarca.
Altura, al otro lado del valle, es también pueblo díscolo. Las guías turísticas insisten en cantar las excelencias de la cartuja gótica de Valldecrist, pese a que apenas queda piedra sobre piedra pero sigue dando testimonio de su antiguo esplendor. Pero mejor haréis en seguir la prodigiosa carretera del santuario de la Cueva Santa, resguardado en el fonda de una cavidad subterránea, en medio de un campo de olivos.
De vuelta al Palencia, Navajas es parada obligada, aunque solo sea por los muchos manantiales que han hecho de ella, desde principios de siglo, notable centro de veraneo. El agua, la torre árabe de Altamira, y un olmo de 350 años dan carácter al pueblo. Un camino a la orilla del río recorre las fuentes más famosas de la zona, y conduce hasta la espectacular cascada del Brezal, por donde el agua se precipita desde treinta metros de altura.
Al final del camino espera Jérica. A diferencia de los otros pueblos, cuyas siluetas urbanas evitan los excesos, aquí encontramos la Torre de las Campanas, un misil mudéjar erigido en el año 1614. Y, todavía otra más, la del antiguo castillo árabe que, impasible desde lo alto de la escarpada Peña Tajada, domina serena el curso del río.
Para satisfacción culinaria, la olla segorbina, los arroces, la fruta y el aceite de la zona, además de los dulces, darán amparo suficiente.
Los jueves hay mercado callejero en Segorbe donde bastones y herramientas de madera, objetos de esparto y cerámica serán buenas compras.
Por la vida, Ilis