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Escapada Submarinista

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Ilis

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BASTA YA

Aunque toda ella es abrupta y pedregosa, en Menorca hay diferencias. La cinta de asfalto, prolongación de la entrada del mar al puerto, que une Maó con Ciutadella separa, o une según se mire, la mitad norte con la sur. Y es así porque nada más entrar al puerto se advierten la diferencia entre una parte y la otra.

Al acceder por barco por este puerto natural se puede optar por situarse a babor de cubierta y comprobar que hacia el sur la tierra es llana y ordenada. Desde estribor, en cambio, la tierra, pronto se empieza a desordenar; una tendencia que se acentua en los acantilados de esta zona.

Maó, con sus terrazas, astilleros y destilerías de gin (que no ginebra), admira. Es un placer pasear por sus callejuelas blancas, con frecuencia empinadas y parcas en adornos, a excepción de alguna vidriera modernista y las típicas contraventanas de estilo inglés. Los británicos permanecieron en Menorca alrededor de dos siglos (luego han regresado) y, además del gin, dejaron en la isla detalles que contribuyen a singularizarla del resto de las Pitiusas.

En el mismo puerto de Maó se encuentra el pueblo de Es Castell, que con su nombre recuerda el valor estratégico de una isla disputada a lo largo de los siglos por todas las potencias del Mediterráneo. En este entorno de planta castrense, choca Cales Fonts otro puerto encantador.

Saliendo de Es Castell, hay que tomar la carretera que lleva a la Albufera des Grau. A un lado y otro de la carretera se extienden terrenos que los menorquines han sabido dominar desde antigua con las características “parets seques” un muro que se hace con las piedras que sale del mismo campo. Este viejo arte, consiste en encajar las piedras como en un rompecabezas y que se sostiene por si solo, sin cemento o argamasa alguna.

El verdor y la espesura del Parque Natural de la Albufera des Grau contrasta con la aspereza que domina esta parte de la isla. La albufera es una reserva biológica única en el archipiélago balear y una enseña para los colectivos ecologistas que siguen luchando para evitar que Menorca ceda a la especulación y sufra el mismo deterioro que las otras islas.

La arenosa playa des Grau, con el islote de Colom al frente, es muy ascesible, pero también hay rincones menos frecuentados a los que sólo se llega a pie, como la punta de Fra Bernat, la cala Tamarells, la de Sa Tortea. Cerca de esta, en el interior el poblado prehistórico con el mismo nombre, conserva en buen estado la “taula” y el “talaiot”, muestra de los más de mil restos arqueológicos que hay por toda la isla.

Desde allí se bordea la costa hasta el cabo Favàritx, donde empieza ha hacerse evidente el carácter de la cara septentrional de Menorca desprotegido el norte, no ha tenido más remedio que hacerse fuerte ante el continuo acoso de la tramontana y el embate del mar contra la piedra. La silueta del faro es lo único que impide que creamos estar en épocas tan antiguas como la Tortea.

Siguiendo por la carretera se llega a Addaia, donde la humedad se hace de nuevo presente. Las embestidas del mar se hacen más suaves aquí para permitir la formación de estanques, ensenadas o placenteros puertos como el de Addaia. No en vano esta zona cuenta con la protección de dos islas con el mismo nombre; la grande y la pequeña Addaia. Junto con el islote de Colom, y la de Porros frente al cabo de Caballería, ambas islas son las preferidas para disfrutar de nuestra afición.


Por la vida, Ilis
 
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