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Carretera y manta

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Ocho mallorquines devoran kilómetros con su autocaravana. Van rumbo a París, donde les esperan tres mil amigos. Es el principio de un largo y libertario periplo.
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Los estereotipos distorsionan la realidad del autocaravanismo. Los que acostumbran a practicarlo, cientos de miles en Europa, no son apátridas hippies abonados al flower power; una minoría entre el colectivo. Tampoco reducen su ruta a Benidorm, meca de las vacaciones enlatadas y del camping paellero. Ni mucho menos se asemejan a la costrosa comunidad freak que rescató John Waters para Pink Flamingos. Bàrbara Sastre y Sebastià Ballester, los protagonistas de la fotografía, sí coinciden con el perfil habitual del excursionista que camina sobre ruedas: edad madura, mucho tiempo libre, algunos dineros ahorrados y, sobre todo, ansias de conocer mundo vía carretera; una alternativa libertaria a las vacaciones prefabricadas. A la vejez, viruelas.
"Una locura como otra cualquiera". Ballester, 72 años, sonríe picarón antes de confirmar su sana alienación. Es uno de los ocho mallorquines (cuatro parejas) que en estos momentos devoran asfalto rumbo a Villebone, París. Serán las inmediaciones de la capital gala el epicentro del encuentro (rallye, en el argot) organizado por la Federación Internacional de Camping y Caravaning (FICC) para celebrar su 75 aniversario. Allí se reunirán (del 4 al 12 de julio) cerca de tres mil autocaravanistas, llegados de todo el mundo; mil vehículos a razón de 2-3 pasajeros cada uno. La representación balear (cortesía del Caravaning Club Mallorca) aliviará en Francia su reconocida adicción al desplazamiento. También aprovechará la cita para mostrar -degustación mediante, no patrocinada por el Govern- las bondades de la gastronomía autóctona; un tradicional y exitoso refrigerio ("es un asalto") que acostumbran a repetir en este tipo de encuentros. Acampados compartirán experiencias de viajeros ilustrados; unas improvisadas y casi obligatorias tertulias entre viejos conocidos, como el matrimonio israelita que tiene permiso para salir de Gaza sólo cada cuatro años, o dos amigos japoneses. Y entre los nuevos por conocer. La casi "familia" se consolida y crece con los años; Ángel, un gallego de 92 años, tácito patriarca, presumirá de nuevo de su impoluta y kilometrada longevidad.
La convocatoria parisina es tan solo una ineludible excusa para salir a rodar. Un aperitivo de un periplo que alguno prolongará hasta el próximo septiembre. Los mallorquines -inquilinos de diez metros cuadrados donde la vida se articula en bisagras- no finiquitarán allí sus andaduras allí. Ni tan siquiera las comenzarán. Probablemente, la autocaravana que conduce José Ramón Picó esté ahora instalada cerca de Zaragoza, con vistas a la Expo. La de Pepe Sendra tal vez corra por tierras riojanas, en busca de un buen vino que deglutir. Manuel Herrera acaso andará por Toulouse, a la espera del ensamblaje del gran Airbus. Honorífica mención para las copilotos partenaires -Maria Ferrer, Mercedes de Almenara y Francisca Juan- unas animosas compañeras de viaje que descifran mapas con la misma facilidad que gestionan el volante. Carretera y manta.

"Vida cómoda", turismo fácil

El autocaravanero planifica su ruta con la misma libertad que después la modifica. Según las circunstancias o los caprichos del momento; una licencia intrínseca de un turismo itinerante donde los límites los marca el conductor. "Ningún día es igual", resumen de manera consensuada; "la sensación de libertad es total". Incluso dentro del vehículo, a priori un espacio reducido, que no es otra cosa que una réplica (a escala) de un hogar fabricado con ladrillo. Cocina-comedor, dormitorio con vistas, parabólica y terracitas de quita y pon. Incluso alguno lleva una Vespa, un "complemento ideal" para moverse con soltura por la ciudad visitada. Una "vida cómoda", en definitiva, donde los minutos se reparten entre una "soledad puntual" -que se agradece por buscada-, y los encuentros con otros peregrinos, un plus que deviene leit motiv. "Te ha de gustar", premisa innegociable.
Alemania, Francia, Reino Unido e Italia. Son los países pioneros en el autocaravanismo, una "forma de vida" aparecida en los años sesenta para multiplicar las posibilidades y recorrido de las tiendas de campaña. En constante aumento, el parque de vehículos censado en Europa supera hoy el millón de unidades: 445.000 circulan por territorio teutón; 156.000 en suelo italiano; 150.00 en perímetro galo, y 118.000 en zona británica. Austria, Dinamarca, Finlandia, Suecia o Suiza son otros enclaves con tradición. En España se contabilizan cerca de 30.000 -un centenar de ellas en Mallorca- una cifra en generoso aumento a la que hay que sumar las 200.000 que acostumbran a visitar el país cada temporada.
Las comparaciones, casi siempre odiosas, revelan que España "no está preparada" para acoger a estos vehículos con el mismo mimo que lo hacen en otros países. Las "carencias" en materias de reglamentación, infraestructuras, señalización y planificación turística son una evidencia que convierten a esta práctica en una carrera de obstáculos. "Estamos a años luz de Europa", aseveran los mallorquines horas antes de partir hacia su querida Francia, "el Paraíso". "Es nuestro barrio", bromean. Allí se sienten cómodos, integrados. Y con las áreas de servicio exclusivas que necesita una autocaravana; "pocas y solitarias" en territorio patrio.
"Es un turismo que genera mucho dinero; no es una práctica económica", revela el grupo. Se calcula que el gasto medio por día de viaje es de 20 euros por persona. Una lástima, adelantan, no tenerlo en cuenta por estos lares, un enclave a priori más que "ideal" para los que gustan de vivir sobre cuatro ruedas.

fuente y foto: Carretera y manta - Actual - Diario de Mallorca
 
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