BASTA YA
Cuentan los lugareños que Dios hizo sus pueblos el último día de la Creación, cuando apenas había luz y casi no quedaban materiales y así los hizo de negros.
En cuanto se deja atrás el pueblo de Cogolludo y se cruza el río Sorbe, aparecen las primeras pizarras y conforme se avanza hacia la falda del Ocejón, las láminas negras crecen para terminar convirtiéndose en pueblos.
Vaca parda con casa y cobertizos negros el fondo, es la imagen con que se entra en Campillejo, un pueblo rodeado de huertas familiares, con escasas calles y más escasos habitantes. Un par de kilómetros más adelante se encuentra El Espinar, otro pueblo negro, a la entrada del cual un antiguo lavadero da paso al puñado de calles.
Luego viene Campillo de Ranas, un pueblo destartalado, pero que es el más negro de la zona y eso que las puertas de algunas casas las han pintado de colores y se enmarcan con cal. Junto con las piedras blancas que algunas casas muestran incrustadas entre las lajas de pizarra en forma de cruz, son las únicas notas de color sobre el negro general.
Donde quiera que nos encontremos, la torre de la iglesia de Campillo siempre se ve. Alta y tan negra como el resto del pueblo, erguida sobre un terreno que alguna vez quiso ser plaza. Parece que el campanario vigila para que nadie toque la aguja del reloj de sol que se mantiene sobre la fachada de una casa en ruinas.
A Robleluengo le han salido un puñado de nuevas casas a contrapelo de la arquitectura de la zona, que afortunadamente se mantienen al margen del núcleo del pueblo. Las calles están vacías, y en las casas cerradas y negras parece que no haya nadie. También permanece cerrada la iglesia, un edificio oscuro y de espadaña con dos campanas. Sólo un pequeño rumor de viento recorre la calle Mayor, que no es tan mayor. A la brisa no le da tiempo a silbar, porque justo al entrar por una esquina del pueblo ya está doblando la última casa.
A la vera del pico Ocejón está Majaelrayo. Es el mayor y más próspero de todos los pueblos negros. El lugar de fuertes tormentas, de agua o de nieve, debe su nombre a que, años atrás, un rayo achicharró la cabaña de un pastor: Majada el Rayo le pusieron por nombre entonces, y Majaelrayo se llama ahora. Aquí, durante el primer fin de semana de septiembre y el tercero de enero, se celebran las fiestas del Santo Niño, donde se bailan antiguas y famosas danzas de origen desconocido.
Al otro lado del Ocejón, aparece Valverde de los Arroyos, de calles en cuesta y casas con balcones llenos de flores que le dan cierto encanto en su plaza Mayor, aunque no sea el mejor ejemplo de la arquitectura negra. En la plaza hay una fuente de agua tan clara que hace preguntar de dónde viene tan pura. Siguiendo la pista del canal por donde viene, se deján atrás las últimas casas de Valverde, huertos y, casi de golpe, se descubren tres chorros de agua que se despeñan desde ochenta metros de altura; son las Chorreras de Despeñalagua, paraje que pone punto final a una ruta por los pueblos negros de Guadalajara.
Por la vida, Ilis
Cuentan los lugareños que Dios hizo sus pueblos el último día de la Creación, cuando apenas había luz y casi no quedaban materiales y así los hizo de negros.
En cuanto se deja atrás el pueblo de Cogolludo y se cruza el río Sorbe, aparecen las primeras pizarras y conforme se avanza hacia la falda del Ocejón, las láminas negras crecen para terminar convirtiéndose en pueblos.
Vaca parda con casa y cobertizos negros el fondo, es la imagen con que se entra en Campillejo, un pueblo rodeado de huertas familiares, con escasas calles y más escasos habitantes. Un par de kilómetros más adelante se encuentra El Espinar, otro pueblo negro, a la entrada del cual un antiguo lavadero da paso al puñado de calles.
Luego viene Campillo de Ranas, un pueblo destartalado, pero que es el más negro de la zona y eso que las puertas de algunas casas las han pintado de colores y se enmarcan con cal. Junto con las piedras blancas que algunas casas muestran incrustadas entre las lajas de pizarra en forma de cruz, son las únicas notas de color sobre el negro general.
Donde quiera que nos encontremos, la torre de la iglesia de Campillo siempre se ve. Alta y tan negra como el resto del pueblo, erguida sobre un terreno que alguna vez quiso ser plaza. Parece que el campanario vigila para que nadie toque la aguja del reloj de sol que se mantiene sobre la fachada de una casa en ruinas.
A Robleluengo le han salido un puñado de nuevas casas a contrapelo de la arquitectura de la zona, que afortunadamente se mantienen al margen del núcleo del pueblo. Las calles están vacías, y en las casas cerradas y negras parece que no haya nadie. También permanece cerrada la iglesia, un edificio oscuro y de espadaña con dos campanas. Sólo un pequeño rumor de viento recorre la calle Mayor, que no es tan mayor. A la brisa no le da tiempo a silbar, porque justo al entrar por una esquina del pueblo ya está doblando la última casa.
A la vera del pico Ocejón está Majaelrayo. Es el mayor y más próspero de todos los pueblos negros. El lugar de fuertes tormentas, de agua o de nieve, debe su nombre a que, años atrás, un rayo achicharró la cabaña de un pastor: Majada el Rayo le pusieron por nombre entonces, y Majaelrayo se llama ahora. Aquí, durante el primer fin de semana de septiembre y el tercero de enero, se celebran las fiestas del Santo Niño, donde se bailan antiguas y famosas danzas de origen desconocido.
Al otro lado del Ocejón, aparece Valverde de los Arroyos, de calles en cuesta y casas con balcones llenos de flores que le dan cierto encanto en su plaza Mayor, aunque no sea el mejor ejemplo de la arquitectura negra. En la plaza hay una fuente de agua tan clara que hace preguntar de dónde viene tan pura. Siguiendo la pista del canal por donde viene, se deján atrás las últimas casas de Valverde, huertos y, casi de golpe, se descubren tres chorros de agua que se despeñan desde ochenta metros de altura; son las Chorreras de Despeñalagua, paraje que pone punto final a una ruta por los pueblos negros de Guadalajara.
Por la vida, Ilis